La resurrección del guerrillero

La resurreción del guerrillero

Comandante, ojalá que las nuevas generaciones mantengan el espíritu inconforme que usted nos legó.

Comandante, acepté que usted había muerto un día de octubre de 1997, cuando vi pasar sus huesos cubiertos con una bandera cubana. Tenía yo 13 años por ese entonces y estaba en octavo grado. Antes, en la pura infancia, confié en que algún día lo encontraríamos vivo en una prisión de América del Sur, organizando la lucha guerrillera desde un campo de concentración o quizás en un hospital militar, perdida la memoria y la gloria del gran hombre que un día fue.

Después que vi a Fidel y a Raúl en esta Plaza, renombrándolo como jefe del destacamento de refuerzo, cuando vi el inmenso tributo que le rindió el pueblo de Santa Clara, no quedó duda para mí, ni para ninguno de los pocos esperanzados que pudiéramos quedar en el mundo. Por eso me conformé con llenar mi casa con siete retratos suyos, con ser un cubano que actúa como piensa y está dispuesto a cargar con las consecuencias que se deriven de sus actos.

Me gustaría extender esta máxima al pueblo santaclareño, que durante 15 años ha custodiado sus restos y ha sabido mantenerse a la vanguardia del país, a pesar del difícil momento que estamos viviendo. Confío en que las próximas generaciones podrán mantener la actitud guerrillera que usted nos legó. Ojalá haya entre ellos muchos inconformes, porque ese es el tipo de persona que hace falta y no los que dicen sí con la cabeza para después renegar con el corazón.

No creo que hagan falta más palabras entre nosotros, sería como gastar la voz en cosas que ya están dichas. Tampoco nos despedimos con un Hasta la victoria siempre, como se ha hecho costumbre, porque la victoria está siempre unos pasos más allá de donde la buscamos y cualquier triunfalismo a destiempo puede frustrar el sueño más hermoso del mundo. Nos despedimos con un abrazo cálido, Comandante, y la voluntad de seguir esta Revolución infinita. Es la prueba más tangible de que los hombres como usted, aunque muertos, no están vencidos.

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