El león, el bosque y los perros callejeros

Coco, guacamayo del Zoológico de Santa Clara.

Coco, uno de los pocos guacamayos que quedan en Cuba. No sabe hablar, pero otros de su especie han aprendido. Fotos: Manuel de Feria.

«Ese tipo pasa más hambre que el león del Bosque», indicó un amigo mío el otro día cerca del Mercado de Buen Viaje. Giré la cabeza y vi a un hombre delgado que arrastraba una carretilla. Je, je, me reí yo y casi inmediatamente se me ocurrió que podía promocionar unos libros en el zoológico. Se lo comenté a mi acompañante y me aconsejó: «Ni vayas por allá, que los animales se están muriendo de hambre. A las fieras, concluyó con un tono que no admitía réplica, las alimentan con los perros que recogen en la calle».

«¡Eso es mentira!», vociferó una semana después Miguel Ángel Ruiz Ramírez, conocido como Miki, mientras caminábamos por la zona norte del Parque Zoológico de Santa Clara. Miki es subdirector técnico de la institución y lleva casi cinco años trabajando allí. Su grito asustó a la hiena rayada que paseaba nerviosa por el borde de su jaula.  La hiena, que se llama Ginger, se acercó a nosotros y husmeó el aire por un momento. «Se ve flaquita, pensé yo, ¿tendrá hambre?».

«No», repitió Miki como si me estuviera leyendo el pensamiento: «Aquí los animales comen seis veces por semana. Pasan el domingo en ayuno para preservar su ritmo natural». Movió las manos con un poco de desesperación y añadió: «El león cuando está en libertad, por ejemplo, puede ingerir 35 libras de carne en una sola comida, pero después pasa hambre hasta que aparezca otra presa. Aquí recibe 16 libras de carne cuatro veces por semana y huesos otros dos días».

La familia de los trillizos

El leopardo del zoológico se llama Santiago y pasa la mayor parte tiempo acostado. Uno se siente mal al verlo echado en el suelo, mirando a los visitantes con los ojos muy abiertos. «Es el más viejo de Cuba, dijo Miki y añadió, tiene millones de achaques». En esta área se respira tranquilidad, a pesar de que hay grandes felinos. Un poco más allá se encuentra el recinto de los jaguares gemelos, Mateo y Marcel. «Casi ni se sienten, explicó su cuidador, Carlos Manuel Fleites, porque en su lugar de procedencia, la selva, la discreción es más efectiva que cualquier rugido».

Aunque a uno le parezca extraño los animales responden a sus nombres. Es como un reflejo condicionado. Para ellos el nombre significa que tienen que moverse a algún lado o que la comida está al llegar. La leona Yari, madre de tres cachorritos, incluso deja que su cuidador le acaricie la cabeza o le palmee las ancas, cosa, está demás decirlo, que uno no debe intentar hacer ni siquiera con el perro del vecino.

El león Maikel también es bastante tranquilo: se pasa el día acostado observando las peleas entre sus dos esposas. Ahora los cuidadores lo mantienen separado de Yari porque ya tuvieron un parto múltiple y no hay cama para tanta gente, digo leones. Si en el zoológico de Santa Clara se están rompiendo la cabeza porque no tienen espacio para tres leoncitos, yo me imagino lo que pasaría en el Zoológico Nacional la vez que una leona dio a luz nueve cachorritos, un hecho inédito en Cuba.

Cuidador alterna con leona del Zoológico de Santa Clara.

No haga esto en casa, ni siquiera con un león de peluche.

Por desgracia ninguno de esa camada sobrevivió, a pesar del extremo cuidado con que se atendieron. Miki aprovechó esta aclaración para explicarme que los leones son animales muy delicados y valiosos. Por eso a nadie se le ocurriría darles de alimento a los perros que recoge zoonosis: «Es preferible dejarlos en ayunas, y no que enferme o se muera por haber comido algo en mal estado», dijo mientras palmeaba la cabeza de uno de los trillizos.

Entra fresco por la boca

La hiena Ginger se pasa el día caminando de un lado a otro del recinto, como una fiera enjaulada, según se dice popularmente. Su padecimiento se define como un patrón fijo de conducta y tiene un origen nervioso. Para evitarlos, a los animales se les cambian cada cierto tiempo sus rutinas de comportamiento. Otra de las medidas, que se aplica con los felinos, consiste en alimentarlos con presas vivas, para que mantengan sus hábitos naturales y liberen estrés.

Los cocodrilos no, los cocodrilos comen una vez a la semana porque su digestión es muy lenta. Se pasan el día entero con las fauces abiertas, tomando el sol entre las hojas y el fango. ¿No será que tienen hambre y por eso abren la boca?, dije yo para provocar a sus cuidadores. Miki sonrió por primera vez en la mañana: «Mira, explicó, ellos no pueden sudar y esa es la única manera que tienen de transpirar, como mismo hace el perro al sacar la lengua».

Uno de los saurios se llama Roberto y el otro Caruso. Al principio pensábamos que los dos eran machos, cuentan sus cuidadores, pero después se hizo un censo y descubrimos que Caruso era hembra. Lo más interesante es que los cocodrilos ponen sus huevos en tierra con residuos orgánicos y el sexo de las crías dependerá de la temperatura que alcance la descomposición de estos.

No son tan graciosos como uno cree

Entre los monos verdes hay una cría recién nacida. La gente se detiene a ver cómo salta y desciende por la malla cabeza abajo. Es la mascota del grupo, se la prestan unos a otros, y lo expulgan constantemente. El zoológico de Santa Clara cuenta con una colección de simios en buen estado físico  y con un ritmo de reproducción estable. Incluso poseen babuinos sagrados, que eran objeto de adoración en el antiguo Egipto.

Los monos son criaturas simpáticas. Suelen recibir con agrado los alimentos que la gente les arroja y comen cualquier cosa: «Sin embargo, la comida artificial les hace bastante daño porque no están preparados para asimilarla. Entre ellos, la obesidad es uno de los problemas de salud más señalados, lo cual influye en sus dinámicas reproductivas», señaló Dayamí Sánchez Hernández, de 25 años, directora del Parque Zoológico.

Cachorros de león en Zoológico de Santa Clara.

Miki (izquierda) y Yoelvis Rodríguez Espinoza sostienen a los trillizos. Se están buscando opciones para venderlos a otros zoológicos.

Son divertidos, pero también peligrosos. Suelen sacar las manos por entre las mallas y agarrar a los mirones que traspasan la cerca de protección. Un rasguño o una mordida pueden enfermar de gravedad a un ser humano, debido a gérmenes que para los simios son habituales. «En caso de una agresión, ¿qué hacen?», pregunté a Miki. «Bueno, respondió este con una risita, nosotros aquí no tenemos tranquilizantes para los animales. Utilizamos la “aguantoterapia” o el “sujetanol”».

A golpe de sujetanol

Otro de los que lleva «sujetanol» a cada rato es el muflón europeo, una especie de cabra salvaje. El muflón ha destruido varias veces el portón de su recinto y no hay árbol al que no haya hecho algún daño. «La suerte es que tiene los cuernos muy grandes y uno lo aguanta como si fuera una bicicleta. Así se está quieto un rato para que podamos arreglar algo o limpiar el recinto», dijo Jilvan Garmas, su cuidador.

Sin embargo, el calificativo de animal más peligroso del zoológico se lo lleva el avestruz que, al decir de todos, no respeta a chicos ni grandes, ni a visitantes ni trabajadores. Atacan a patadas a todo lo que se les acerca. Hay dos machos, de color negro, y cuatro hembras grises. Con más de dos metros de altura y un peso superior a los 100 kilogramos, ya usted puede imaginarse lo que significa el picotazo de este pollo gigantesco.

El parque abre de martes a domingo, de 8:30 de la mañana a las 4:00 de la tarde. A lo mejor la semana que viene compro un par de entradas e invito a mi amigo del mercado. Lo pararé delante de la jaula de Maikel y le diré: «Mira ahí está. Le dan 16 libras de carne todos los días, mantiene dos mujeres y hace poco tuvo tres hijos en un parto múltiple. Ya quisieras tú ser el león del zoológico».

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